La escritura como terapia.

Buscando un colectivo que me llevara al Hospital San Martín, camine y camine. Era una mañana cualquiera de principios de Abril, en la ciudad de La Plata, con un sol que de a ratos se asomaba y rápido se escondía entre las nubes. Allí me esperaban un grupo de chicos y chicas que cada miércoles se juntan para darle vida a un taller literario del servicio de salud mental. Llegué, y a medida que nos empezamos a presentar ya empezaba a sentir que algo lindo de allí saldría.
Compartimos mucho más que mates y trabajos literarios, compartimos historias de vida, experiencias y sueños por cumplir. Incluso, en algún momento nos emocionamos casi al borde de las lágrimas.
Dejamos que fluyan las energías, aceptando como los niñxs la fatalidad del momento presente, desoímos –en parte- hasta el libreto y solo nos ocupamos de disfrutar el encuentro. Dos horas nos resultaron poco tiempo, como sucede cada vez que uno está a gusto con lo que se está haciendo. Por ese lapso de tiempo no hubo ansiedad, no existieron los problemas, el mundo se paró un instante para permitirnos descender (luego siguió girando desde luego) pero mientras tanto nos reconocimos en las miradas y en las emociones.
Los escuche y me escucharon, y eso merece mi más profundo agradecimiento. Que me hayan permitido participar de vuestro taller literario y poder contarles la historia de “Oscarcito”, la historia de mi padre y su familia, mi familia. Una historia de amor, por medio de la cual he tratado de reconducir el dolor y dejar atrás momentos difíciles como lo fueron la partida terrenal de seres que fueron, y lo son aun, muy importante en mi vida.
En momentos de mucha confusión, he hallado en las letras y las palabras un grato remedio a la larga noche en la que me encontraba. Osea experimente la literatura y el arte en general como terapia. Y por ahí más o menos radica la invitación, que de todo corazón, les hiciera ese día a los presentes.
Por mi parte no es mucho más lo que pueda o esté capacitado para ofrecerles, solo decirles que no bajen los brazos, que es posible hallar refugio en historias inventadas (también en las verdaderas), que vuelen más alto que los problemas, que sueñen incluso cuando estén dormidos, que disfruten la vida y vivan para siempre en las historias que dejen plasmadas.
Salí de ahí mejor de lo que entre y espero que a ustedes, cada miércoles, les suceda lo mismo.
Hasta pronto,
Franco.

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