Chorrito, el zorzal

Los zorzales tienen las patitas finas y largas, pero este les gana a todos, esta es la historia de Chorrito, su tío lo llamo así porque sus patitas parecían dos chorritos de soda. Tiene el pico y parpados amarillos, su pechito rojo anaranjado, el resto de su plumaje es pardo.
Canta solo por el placer de cantar, su melodía es potente, armónica y reiterativa. Pero la melodía de Chorrito además era un tanto entristecida. Esa nostalgia en la melodía tiene su origen en que extraña su casa del bosque, los rayitos de luz que pasan entre los árboles, las intensas lluvias, animales que llegan y otros que se van, era el mejor lugar para hacer nuevos amigos. Ahora vive en el bosque de mentira dicen que se llama zoológico, desconoce los motivos. Tenía la suerte de poder estar con su mama, papa y dos hermanas. Su papá siempre les decía que afuera la situación estaba difícil para comer tres veces al día como ahí lo hacían. Claro, que le iba a importar esto a Chorrito si no comía nada, nada le gustaba salvo algunas migas de cosas dulces que  encontraba siempre junto a la reja.
Benteveos, calandrias, cotorras, tordos y hasta algún exótico carpintero real, todas las tardes jugaban un partidito de fútbol. Medio particular era el partido donde el arco no era rectangular sino que era un círculo donde los loros hacían sus piruetas, ellos eran los arqueros. No era en el piso sino en las  alturas, al que se le cae pierde y lo más importante, hembras y machos jugaban todos juntos. 
Un día el tordo negro, uno de los más viejos de la gran jaula, controla la pelota con el pecho y dispara fuerte al aro pero el loro voló de una punta a otra y logro impedir el grito de gol. La pelota, que era un copo de maíz inflado, salió  despedida hacia la rama del árbol donde siempre se ubicaba Chorrito. Desde ahí le cantaba a la vida.
La pelota lo tomo por sorpresa, le quedo a sus pies. Tras el grito ronco del loro viejo que le grita, “Ehh Chorrito… sí vos, alcanza la pelota…”
Chorrito nunca había pateado una pelota, las hermanas siempre le dijeron que ellos nunca podrían jugar como el resto de los pájaros por la flaqueza de sus piernas. Ante la insistencia del loro, Chorrito levanta la pelota y antes que toque el piso, apoyando su ala derecha en la rama donde estaba parado e inclinando su cuerpo le pega al maíz inflado, demostrando un gran gesto técnico, aunque con poca potencia. 
Dejo a todos los presentes con el pico bien abierto, que comenzaron a acercarse y a llevarlo de preguntas. Donde aprendiste a jugar? Quien te enseño? Porque nunca jugas? entre otras tantas preguntas que Chorrito no podía ni empezar a responder ya que él era el más sorprendido de todos.
Al día siguiente, loros viejos hicieron el típico llamado; Pelota pelota!! Era en ese momento donde los pájaros, pajaritos y pajarracos se acercaban para el gran momento del día. Algo había cambiado porque en ese momento Chorrito ubicado en el mismo lugar de siempre pero ya no mirando con nostalgia el tejido que lo separaba del mundo, sino que ahora estaba mirando para adentro, para el lado donde el partido ya estaba por iniciarse. El bichito de la curiosidad ya le había picado y ahora quería saber un poco más del deporte que a todos volvía locos, miraba tratando de entender bien las reglas del juego. 
En esta jornada, pasaría un desafortunado suceso, el benteveo o bichofeo como se los conoce le lanzo la pelota al hornero que estaba jugando de puntero derecho. No llego a impactar a tiempo la pelota, lo que impacto fue él pero contra el alambrado. Quedo todo dolorido del golpe.  Se necesitaba una gran habilidad en las alas para poder frenar a tiempo y mucha fuerza en las patitas para amortiguar el impacto, aun así seguía siendo peligroso. El deporte no era el problema sino el alambrado.
Pasaron seis días, si seis veces le canto Chorrito al sol para que pueda darse su ansiado debut. Recién al día séptimo el loro hizo la convocatoria, a los gritos como siempre. En la historia de la gran jaula era la primera vez que un zorzal era invitado para el clásico del atardecer, Chorrito estaba a punto de estallar de alegría pero su la mamá lo llamo enérgicamente y le dijo que ni se le ocurra jugar, eso no era para él ni sus hermanos. El fundamento era el de siempre. “Que te dije, Chorri, vos no podes jugar… Si al menos comerías cuando te digo”
Así es que Chorrito, empezó a comer día tras día, tres veces por día toda la comida que los cuidadores le daban. Descubrió las verduras, las frutas y las legumbres, ya casi ni probaba las miguitas dulces, les tiraban desde el otro lado del tejido. Se puso grande y fuerte. En muy poco tiempo logro consagrarse como un jugador de futbol sobresaliente, era realmente imbatible, el más temido por los viejos loros, todos querían jugar con él. No solo eso sino que de ahí en más todos los zorzales se sumaron a practicar el deporte y todo se lo debían al esfuerzo, coraje y valentía de Chorrito, que mientras duraba el partido de futbol no extrañaba su hermoso pasado de libertad en el bosque.